Están sonando los tambores. Atravesamos
la duración. Primer aniversario del Acontecimiento que cambiará —que ya cambió,
aunque no sepamos cómo ni en qué sentido— nuestras vidas. El 15 de mayo del año
pasado algo se rompió en el monótono sucederse de las horas. Lo imprevisto tuvo
lugar. La irrupción de la novedad. Aún no sabemos muy bien cuál, pero el
Comando Rosa se sabe arrastrado por ella. Estuvo entonces
allí, en la Plaza. Combatiendo la heteronorma. Deseando con más intensidad
que nunca la insurrección de los cuerpos. Gozando del instante de la anomalía.
Sentimos cómo el Acontecimiento nos penetraba. Percibimos en nuestros cuerpos que
el 15M había supuesto una quiebra en el Ser, la irrupción sorprendente del
afuera, un desplazamiento del horizonte ontológico en el interior del cual las
subjetividades se conforman. Sin duda, se cargaba y aún se carga, como con un
cadáver atado a la espalda, con muchas componentes antiguas. Gran parte de los
rasgos que caracterizan la expresividad disconforme están más cerca de las
viejas exigencias políticas que de modalidades fieles a lo que quiera que sea
eso que ha irrumpido. El 15M se presenta apenas sí como un indicio de lo que
será, como anuncio o promesa. Se precisa
de la consolidación del Acontecimiento para que la novedad que ha surgido
prenda en lo real, para que la potencia sedimente como producción objetiva de
nuevas condiciones de vida y resistencia. Éste es el segundo asalto. El que ha
comenzado el día 12 y no ha anunciado su clausura.
La consolidación de lo que ha
emergido tendrá que enfrentarse a las fuerzas de la reacción que tratan de
minimizar los efectos de lo ocurrido. No sólo nos enfrentamos a la insistencia
de una clase burguesa dispuesta a despojarnos de todo, sino también a funestas
inercias que recorren por dentro el movimiento. La homofobia, al igual que el
machismo y la xenofobia o el racismo, o el especismo, nos atraviesan permitiendo la
reproducción de relaciones jerárquicas de dominación. Las segmentaciones de
raza, sexo u orientación del deseo son dispositivos esenciales para la reproducción
de la dominación de clase, dinámicas a través de las cuales dividir a la plebe
anónima que todas somos. Dejar en un segundo plano la lucha contra estos
códigos que estructuran el socius
según asimetrías funcionales a las formas de explotación supondría el
agotamiento anticipado de la capacidad transformadora, además del peligro de
quedar instalados en una línea de descenso a los infiernos al seguir
reproduciendo los dispositivos de discriminación. La producción de nuevos
escenarios y el afianzamiento de los procesos de autovalorización de la
potencia subversiva demandan una reapertura constante de las dinámicas de
manera que éstas estén en condiciones de eludir tanto las tendencias al
centrifugado de las singularidades como la constitución, aunque sólo fuera
implícita, de normatividades excluyentes. Las exigencias de los agenciamientos
colectivos periféricos tienen que articularse de modo que lleguen a ocupar el
centro de la escena política, un centro que esté en todas partes, pues los
márgenes son hoy, una vez más, el núcleo desde el que iniciar un proceso de
constitución asentado sobre la innovación radical, el lugar sin lugar desde el
que recomponer la proyección del común —tierra de nadie.
Por ello El Comando Rosa declara:
somos nosotras —las maricas, las trans, las bollos— el 99 %. La heterosexualidad
normativa es sólo el 1%: un modelo imposible, el lugar de una identidad que ya nadie
ocupa y que, sin embargo, sigue estructurando nuestros cuerpos, rompiendo nuestras
vidas. No se trata simplemente de que ya nadie folle según la norma. Eso nunca
ha ocurrido. La heterosexualidad natural, genitalizada, tierna y reproductiva fue
siempre sólo un mito. Ocurre que ahora lo sabemos. Tenemos perfecta constancia.
Ya ni siquiera nadie se cree que alguien sea tan idiota como para pretender
cumplir con la norma. La Heterosexualidad ha muerto. La postura del misionero se hace
aburrida. El placer siempre se encuentra un poco más allá. En otra parte. En el
espacio de una perversión que ya no es tal, puesto que no se define por negación/transgresión
respecto de ningún modelo, sino, al contrario, como afirmación pura, construcción
autónoma, como dinámica productiva. El placer sexual es una de nuestras mayores
creaciones colectivas. No pensamos dejar que nos la arrebaten. Sólo el 1% es
normal. El otro 99 somos unas raras.